Calahorra es uno de los hitos imprescindibles en un viaje por La Rioja Oriental. Se levanta orgullosa sobre una colina en el punto en el que el montañés Cidacos desemboca en el padre Ebro. Sus orígenes se remontan hasta el musteriense, fue refundada en el pleno Imperio romano y soportó los envites de los reyes castellanos y navarros durante la Edad Media para llegar, orgullosa de su historia y de su feraz huerta, hasta nuestros días.
El retórico y pedagogo romano Marco Fabio Quintiliano nació en Calahorra mediado el siglo primero. En su escuela de retórica se formaron Plinio el Joven, el futuro emperador Adriano y posiblemente Tácito. Siglos después paseó entre las calles de su aljama el poeta, literato y astrónomo Abraham Ben Ma’ir Ben Ezra, personaje principal de la cultura hispano-hebraica.
Las huellas de este brillante caminar del tiempo permanecen en Calahorra. El período romano fue muy floreciente y favorecedor para la ciudad. La Calagurris inicial fue bendecida por Publio Cornelio Escipión, el propio Julio César y el gran Augusto, hasta obtener el título de municipium civium Romanorum, el cual otorgaba a sus habitantes la plena ciudadanía romana.
El circo, donde se celebraban las carreras de cuadrigas, se ubicaba en lo que hoy es el paseo del Mercadal. Calagurris, como cualquier ciudad romana relevante, tenía todos los servicios necesarios, templos, foros, termas, cloacas, teatros y anfiteatro.
Dice la tradición, y también algunos expertos, que el Apóstol Santiago predicó en Calahorra la nueva doctrina y que nada menos que San Pablo fundó la Iglesia Episcopal. Poco después del año mil se integró en el reino de Nájera-Pamplona, antecesor del reino de Navarra. Posteriormente, la incorporó al Reino de Castilla, Alfonso VI, quien otorgó a la ciudad el Fuero Municipal, consolidó Calahorra como cabeza del Obispado y engrandeció la Diócesis al añadir las tierras vascas conquistadas a Navarra.
Cuando los Reyes Católicos publicaron el decreto de Granada, que supuso la expulsión de los judíos de los reinos de España, muchos de ellos se fueron, con el apellido de Calahorra, Alcalahorrí y Calahorrano, a Polonia. La sinagoga se encontraba en el terreno que actualmente ocupa el convento de San Francisco, reconvertido en Museo de Pasos Procesionales. La Torah se custodia en el Museo Diocesano, anexo a la catedral de Santa María.
La historia posterior es mucho más conocida, menos emocionante y sin tanta evocación legendaria.
Las verduras
Las aguas del Cidacos y el Ebro riegan las llanuras en torno a la colina. Las verduras, las frutas y el ganado que aprovecha los buenos pastos dan origen a una gastronomía potente. La huerta calagurritana proporciona productos de gran calidad. En primavera: habas, guisantes, alcachofas y espárragos; en esta época es habitual degustar la menestra, plato típico elaborado con verduras y cordero. En verano: tomates y lechuga. En otoño: pimientos. Tradicionalmente, en Calahorra se asan en la calle, en hornillas con brasas de leña o carbón vegetal . En invierno: cardo, alcachofa, coliflor, acelga y borraja.
La coliflor de Calahorra cuenta con Indicación Geográfica Protegida. Todos estos productos se pueden comprar directamente al agricultor en el mercado de origen medieval que se celebra todos los jueves en el Raso. Por algo la ciudad cuenta con un Museo de la Verdura que se sitúa en el lugar que ocupaba un antiguo convento y muestra al visitante la actividad de las huertas y cultivos de la ribera del Ebro, formando parte de la historia de la comarca y de sus gentes.
También son típicos en Calahorra los platos de cordero, las morcillas dulces con piñones y la casquería. De la repostería destacan magdalenas. mantecados, mantecosas y el “pastel calagurris”.
Si se acerca en primavera, tenga en cuenta que la Semana Santa calagurritana está declarada de Interés Turístico Nacional. Si lo hace en invierno, recuerde que entre el 1 y el 3 de marzo se celebran las fiestas de San Emeterio y San Celedonio. Disfrute del ambiente y de las gentes de Calahorra y sea prudente con el zurracapote.
Qué ver en un paseo por Calahorra
La Catedral del Salvador es un edificio románico que data del siglo XII,con añadidos del XV y el XVIII. Está llena de tesoros, de los que cabe destacar la capilla de San Pedro, con altar de alabastro plateresco; la capilla del Cristo de la Pelota, patrono de los pelotaris, con imagen gótica; la capilla de los Santos Mártires, con retablo barroco; la pila bautismal, de estilo Reyes Católicos; la sillería del coro de estilo renacentista; la esplendorosa sacristía; el cuadro de gran valor Santa Margarita de Alejandría; los retablos; el claustro; la torre.
Además, cabe visitar las Iglesias de San Andrés, San Francisco (XVII), Santiago (XVI), la de Carmelitas Descalzas del Carmen (XVII) y la de las Descalzas de San José (XVI). Llama la atención también el Palacio episcopal, conjunto de construcciones de varias épocas desde el siglo XVI hasta el XVIII en cuyo interior se guardan numerosas joyas como orfebrerías, ropas, esculturas y pinturas.
Pregunte por el yacimiento romano, del siglo I, de ‘La Clínica’. E infórmese de dónde se ubican los restos del circo.