A 12 kilómetros de Vitoria, en Iruña de Oca, se esconde un lugar mágico para perderse entre historia y naturaleza.
Hay pocos lugares con más magia para disfrutar de la naturaleza. Miles de flores de plantas autóctonas –más de 400 entre las 1.000 que se pueden disfrutar– y de los cinco continentes dan la bienvenida al visitante de este impresionante jardín botánico de más de 32.000 m2. Prímulas, crocus, acacias, narcisos, orquídeas, muestran sus brillantes amarillos, inmaculados blancos, inquietantes violetas, y explosivos rojos.
Pero el paisaje cambia prácticamente cada día. Está vivo. Por eso cada visita es diferente. Además, se ha elaborado un cómic destinado a los más pequeños y se llevan a cabo visitas teatralizadas protagonizadas por algunos de los personajes de la historia.
TESOROS ECOLÓGICOS
Por si las plantas no son lo suficientemente atractivas para el visitante, hay elementos que configuran
este paisaje que lo hacen singular. Estamos en la sierra Badaia, una zona que guarda tesoros ecológicos como sus más de cien simas o sus bosques de encinas centenarias.
De entre todas las sensaciones que el visitante se puede llevar del jardín destaca la del mirador. Una escalera de caracol permite subir a la altura de la espadaña de la vieja iglesia. Con ese horizonte de la Llanada alavesa se comprende finalmente por qué la historia se detuvo pronto aquí y se resistió a marcharse. Y cuando se fue nos dejó la belleza de sus ruinas.
Lo que en su inicio fue una Casa Fuerte del siglo XIII o principios del XIV, se convirtió posteriormente en un convento de la orden de los jerónimos, posteriormente de los agustinos, para volver a manos privadas durante las guerras carlistas, 1836, cuando fue incendiada.
Tras su ruina y abandono, el edificio fue invadido por la vegetación durante más de un siglo. A mediados de los años noventa se empezó a valorar el potencial del lugar, entonces en un estado lamentable. Con la ayuda institucional consiguió envolver entre plantas, árboles y flores, el misterio de unas piedras que guardaban secretos olvidados. Costó más de cuatro años de trabajos ponerlo en marcha pero en 2003 el Jardín Botánico de Santa Catalina se abrió al público.